Decisión,
perseverancia, prudencia, he aquí tres pilares del éxito en la
montaña que pueden trasladarse a cualquier otra actividad de
nuestras vidas. El año que termina estuvo bien nutrido de éxitos
montañeros, pero también de desgracias. Y como suele ocurrir, pesan
más estas que las conquistas realizadas. Especialmente trágico fue
el terremoto del Nepal y del Tibet, causante de numerosas muertes y
de enorme desolación. Perecieron muchos montañeros y sherpas
atrapados por aludes. Fue una conmoción geológica de extrema
magnitud, sin fecha puntualmente determinada, pero previsible, porque
la cordillera himaláyica se asienta sobre placas tectónicas
activas. La anunció el científico francés Laurent Bollinger
semanas antes de que se produjera. Mas, ¿qué se podía hacer? Pues,
la verdad, creo que poco o nada podría realizar el hombre frente a esa
fuerza inconmensurable de la naturaleza.
Ante
una catástrofe de tales dimensiones, la reacción de Europa y de
países como Estados Unidos no se hizo esperar. Fue altruista y
desinteresada, solidaria y emotiva, como debía ser. No olvidemos que
al menos un noventa por ciento de las expediciones internacionales
que llegan a las cumbres del Himalaya no podrían hacerlo sin la
ayuda de esos porteadores y guías, los sherpas nepalíes, que
exponen su vida por unos cuantos dólares. Justo es entonces que en
reciprocidad, quienes se benefician de tan sacrificados ayudantes les
presten ayuda cuando son víctimas del infortunio.
Del
2015 me quedo, pues, con el triste recuerdo de esa catástrofe que
conmovió al mundo, en especial a los ambientes alpinos. Y me quedo,
sobre todo, con el espíritu solidario, propio de las gentes de la
montaña, voluntariosas y abnegadas cuando el esfuerzo lo exige. Hay
muchos y muy buenos valores en el montañismo y en la espeleología.
Y pienso que si la sociedad y los políticos se animaran a emplearlos
en su diario quehacer, gran parte de los problemas que padecemos
podrían ser resueltos sin traumas y sin injusticias.
Por
otra parte, llegamos estos días al final de un año de escasas
lluvias en Europa; y si no escasas, al menos mal repartidas. Parece
evidente que los gases del llamado efecto invernadero siguen causando
fuertes turbulencias en la atmósfera, emponzoñando el aire que
respiramos. Son las fábricas carentes de medidas de seguridad
medioambientales y los vehículos de motor los que, con sus
emisiones, nos calan esa boina parda y asquerosa que embadurna el
cielo. Y si a esto añadimos los efectos del Niño, pues parece
normal que las estaciones se vean alteradas. Ese Niño es un fenómeno
climático que ocurre cada tres o más años en aguas del Pacífico
oriental. Cuando sube unos grados la temperatura del mar, se altera
el clima de manera inusual con lluvias intensas, huracanes, tornados,
fuertes tormentas y grandes deshielos. Un primor, vamos...
En
fin, con la esperanza de que cualquier tiempo pasado no haya sido
mejor que el venidero, lo que cabrearía a don Jorge Manrique, deseo
a todos los seguidores y visitantes de este blog unas muy felices
fiestas de Nadal, así
como muchas satisfacciones en el 2016, un año más en nuestras vidas
que ya nos está llamando a la puerta .- JT