jueves, 9 de julio de 2020

Legalizar el insulto, otra butade del señor Iglesias

Baboso, bobalicón, calzamonas, pintamonas, cantamañanas, capullo, ganapán, cenutrio, fantoche, chupacables, cretino, gandul, gañán, huevón, lechuguino, lameculos, tiralevitas, merluzo, lerdo, majadero, palurdo, papanatas, malparido, zángano, zarrapastroso, patán, sabandija, revientabaules, robaperas, soplagaitas, tarado, piojoso, pedorro, mentecato, gorrino, fariseo, donnadie, culopollo, cenizo, carapijo… son algunos de los muy numerosos insultos que la lengua española tiene en su diccionario. Los reproduzco ahora por si pueden servirle de recordatorio al señor vicepresidente segundo del Gobierno para consolidar su propuesta de legalizar ¿por ley o decreto? o como él dice naturalizar el insulto a los medios.

Esta España está aún bien nutrida de gandules, mentecatos y cenutrios. No digamos ya de fariseos, patanes, soplagaitas y tiralevitas. Pero no van estos dicterios por el señor Iglesias, no, que dice ser y representar lo más culto y preparado para gobernar un país. Para llegar a creerlo basta escuchar sus discursos y atender a las expresiones de su rostro y a los matices de su voz. Cuando está cabreado, frunce el ceño hasta juntar las cejas; cuando va en plan vicepresidente, modera el tono de voz, pone cara de ángel salvador y mantiene las cejas desfruncidas tratando de transmitir confianza a quienes le escuchan.

A las butades del señor Iglesias ya estamos acostumbrados. Plantea proyectos que no tendrían cabida en una mente clara y consciente de la responsabilidad que se asume al entrar en el Ejecutivo. Se dirige a los españoles como si todos fuésemos los jóvenes indignados que él alentó, con su cansina verborrea, para reclamar poder. Un poder que solo él y sus más próximos colaboradores alcanzaron, pero no por su valía, sino por exigencias electorales y el deseo de un socialista obsesionado por el trono de la Moncloa. La propuesta del señor Iglesias de naturalizar los insultos a la prensa y a sus trabajadores es una memez indigna de un político con pretensiones, nada menos, que de cambiar el rumbo de España.

Si él criticó duramente a la casta, ahora él y su esposa forman parte de ella de manera destacada. No me extraña que Podemos pierda seguidores a porrillo. Jóvenes y mayores confiaron en su capacidad, pero parece que los atractivos del poder le hicieron cambiar el rumbo de una aventura en la que nunca debió haberse metido por falta de preparación. Cuando Sánchez lo aceptó como vicepresidente, Iglesias lloró en el Parlamento no sé si de emoción por el nombramiento o si fueron lágrimas de cocodrilo. La presa ya la tenía elegida. Ahora solo cabe esperar a que, con el paso del tiempo, la devore, cuestión nada fácil para un político en decadencia.- JT