Ferdinand caminaba aquella tarde por la Lutherstrasse
de Hamburgo con aire distraído. Portaba una mochila azul con material de
escalada. Llevaba poco, pero el suficiente para realizar sin problemas un corto
entrenamiento. Por el camino se encontró con Harald, uno de sus compañeros de aventura en la montaña, quien
sorprendido al verlo con la mochila por la ciudad le preguntó socarronamente si
iba a escalar al parque infantil.
--No
–respondió sonriendo Ferdinand, y añadió--: Voy a la iglesia.
--¿A la iglesia?
¿A la iglesia con mochila? ¡Venga ya,
déjate de bromas!
--No, no es
broma Harald, voy a escalar. ¿Aún no te has enterado? Tenemos en nuestro barrio
una iglesia convertida en escuela de búlder. Por eso voy a ella a entrenar.
Está cerca de mi casa y tiene de todo: cuerdas, tirolinas y presas de todo tipo en sus paredes. Llevo sólo los pies de gato, el magnesio, el casco, el arnés y un chándal. No necesito más.
Harald,
creyendo que su amigo le tomaba le pelo, se despidió de él con un corto deseo:
“Pues que te vaya divino”. ¡Escalar en una iglesia!, ¿a quién se le puede
ocurrir semejante memez?, se decía para sí mientras continuaba su camino hacia
un Schnell-Imbis del lago Alster, donde
le esperaba su amiga Gigi. Sospechaba que la respuesta de Ferdinand llevaba tanta carga de sarcasmo como su pregunta sobre el parque infantil.
Pero no, no
era así. En Alemania se puede escalar en algunas iglesias. Es la nueva forma de
llegar a Dios sin tener que soportar el ceremonial de la misa o la monotonía
del rezo. Así lo creen los párrocos que han destinado sus templos a esa
actividad tan deportiva como honrosa que es la escalada.
Templo convertido
en restaurante de lujo
|
La noticia no
es nueva. En los últimos años ha caído de forma alarmante la
presencia de fieles en las iglesias católica y protestante (la evangelista de
Luthero). Datos de ambas religiones confirman que el descenso de participantes
en los cultos alcanza cifras reveladoras de la creciente indiferencia del
pueblo alemán por la religión. Podríamos decir grosso
modo que la mitad norte y este del país es protestante y la sur y oeste católica.
Pues bien, Frankfurt am Main, por ejemplo, contaba en 1950 en su censo con
430.000 protestantes, mientras que hoy la cifra es de solo 110.000. Esta misma
Iglesia luterana cerró entre los años 1990 y 2010 nada menos que 340 templos y
demolió 46 debido al descenso de fieles (y cotizantes) y al avance del
desinterés religioso en la sociedad.
No menos
afectada se ve también la iglesia católica, especialmente en regiones de gran
tradición religiosa como Baviera y la zona del Ruhr. Datos de la Conferencia
Episcopal Alemana confirman que antes de la reunificación del país en 1990, el
42 por ciento de la población profesaba el catolicismo. En el año 2013 esa
población de fieles estaba en el 29,9 por ciento. La falta de interés por la
religión, y en especial la ausencia de parroquianos en los cultos movió a
buscar soluciones. Así, ambas iglesias han ido vendiendo o derribando sus
templos. En Hamburgo dejaron en manos de un centro islámico una catedral
protestante, lo que causó un fuerte rechazo en la población. Y otras
propiedades como iglesias, casas, terrenos, etc., se pusieron en venta para
darles distintos usos ante la imposibilidad de su mantenimiento. Vendieron los sagrados recintos para su conversión en
restaurantes, escuelas de arte y danza, almacenes de empresas, etc.
Práctica de escalada
en una iglesia alemana
|
Pero algunos sacerdotes
se mostraron reticentes a liquidar sus parroquias e idearon una nueva y rompedora
forma de recuperar feligreses, especialmente jóvenes, transformando las iglesias en lugares de escalada. Eran conscientes del descenso de fieles
experimentado en las últimas décadas y en especial del escaso o nulo interés de
la juventud por la religión. Por ello dirigieron sus pasos a la recuperación de
ese sector social. Pusieron presas en las paredes de los templos, montaron tirolinas, colgaron cuerdas de seguridad
y colocaron en el suelo colchones para amortiguar posibles caídas. Intentaban
así acercar a los jóvenes a la iglesia utilizando el siguiente razonamiento:
“Si no vienen a misa y no quieren rezar, pues atraigámoslos con lo que a ellos
les gusta: la aventura, el riesgo; el desafío al equilibrio y a la gravedad”. Y
acertaron. El proyecto, aparentemente descabellado, tiene éxito.
Días después del encuentro de Ferdinad y Harald los dos amigos volvieron a verse, y este le dijo con sorna a su compañero de escalada que le gustaría visitar su rocódromo. Ferdinad, sonriente, aceptó llevarlo allí. Al menos Harald comprobaría que no le había mentido cuando le dijo que ejercitaba su deporte favorito en tan recogido lugar. Fueron entonces ambos a la iglesia al
día siguiente , y también en días sucesivos. Meses
más tarde Harald no dejaba de acudir a aquel lugar de culto. Estaba tan entusiasmado con él, que ya no era capaz de abandonar
la práctica diaria del búlder en sus benditas
paredes. Quería escalar y escalar a diario en aquel ambiente de divino sosiego, subir
por los muros verticales y toparse con la imagen de Cristo tras rebasar un paso de extrema dificultad, agarrado a una minúscula
presa.- JT
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
P.D.- La de Ferdinand y Harald es una anécdota real, pero de nombres ficticios.
Si las cosas no llegan por si mismas, uno va tras ellas. O lo que es lo mismo, si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Esto es lo que han hecho esos curas de tu relato. Acercaron a sus iglesias a los pasotas cediendo en una de las facetas más intrínsecas de la religión: la adoración a Dios por medio del culto y los rezos. La escalada es la digna solución a un éxodo y a la ausencia de fieles. Saludos, Javier
ResponderEliminarSí,sí,muy bonito lo que cuentas, pero yo no me atrevería a escalar en una iglesia. ¿Te acuerdas de los juramentos que solté cuando hacíamos la Palanca en Picos y pegué un resbalón? Si no me hubieras asegurado firmemente hoy estaría criando malvas. Cesáreo
ResponderEliminar¡Vaya si me acuerdo¡ Yo era más comedido, y lo hacía en arameo para no escandalizar a los compas que nos seguían. Un abrazo
ResponderEliminar