Hasta que la vacuna llegue,
nosotros somos la vacuna, dijo esta mañana en el Congreso de los
Diputados el presidente Pedro Sánchez. A mi modo de ver no
transmitió tranquilidad a los ciudadanos, sino que, más bien,
incrementó el miedo al contagio y a las fatales consecuencias de la
epidemia de coronavirus. Ha sido una manera poco elegante de echar sobre los ciudadanos la responsabilidad de salvarse o perecer en el
intento. De momento no hay, pues, más vacuna que la de la estricta
obediencia a un real decreto impuesto por el Gobierno. Sí, usted,
yo y todos, somos la vacuna. Puede optar por inoculársela
voluntariamente, es decir, vivir en celda domiciliaria, o seguir como
antes de la puesta en vigor del decreto. Pero, recuerde, si no hace
lo que le exigen debe atenerse a las consecuencias, que no son moco de
pavo: multa o cárcel. Como el mal jugador de baloncesto, echa balones fuera cargando la responsabilidad a los demás.
Sánchez no
admitió errores ni de él ni de los miembros de su gobierno.
Defendió su gestión como impecable, correcta. Solo le faltó
decir de libro. En definitiva, mucha palabra, mucha promesa,
mucha acción preventiva, pero se dice y hace ahora, al sentir el aliento de la muerte y no cuando la prevención debía haberse iniciado hace semanas. A ver cómo acaba esta situación de tintes fatales bajo el gobierno de los audaces y sesudos sociopodemitas. En el
fondo no sé, pero en la forma parecen legos en tareas de Estado,
simplistas en la solución de problemas, y promotores de proyectos
que meten miedo.
Falta de elegancia política
Al margen de lo dicho y
prometido en la sesión parlamentaria, un detalle no pasó
inadvertido a quienes la vimos por televisión. Los treinta diputados
presentes siguieron atentos (al menos en apariencia) a las
intervenciones de Sánchez y demás oradores. Por el contrario, el
presidente se sumió en la lectura ojeando papeles, con expresión de
desinterés y hasta de desprecio hacia lo que se decía. Craso
error. Lo menos que se puede pedir a un político es responsabilidad,
estilo en el hacer, y corrección en el decir. Justo lo contrario de lo que vimos hoy en un presidente, no sé si asustado por la deriva
fatal que toma la epidemia del virus, por el oscuro horizonte
económico que se vislumbra, o porque le falta esa dosis de elegancia
que caracteriza al hombre de Estado. Aunque hay quien sospecha que,
en el fondo y en la forma, se ha contagiado de sus socios de gobierno.
Tenemos a un presidente preso de
su circunstancia y esclavo de quienes le tienen atado por un pacto de coalición. Todo apunta, pues, a que la historia volverá a repetirse. Es ley inexorable de la sociedad humana. Cuando la izquierda deje el poder, España se habrá convertido en un erial. Su economía habrá sido devastada por la incompetencia de unos gobernantes, y el bienestar del pueblo español, que costó Dios y ayuda conseguir, se habrá desinflado como globo pinchado por la aguja de la ineptitud.- JT