
Calvo
y barrigudo, el verdugo se pone en posición de tiro y una voz
grita ¡ejecución! Suenan entonces cinco tiros de repetidora y una a
una van cayendo las dianas con las mentadas fotos. Es una ejecución
múltiple, de ficción; un magnicidio figurado que parece
enorgullecer a su autor. Al terminar, el hombre se gira hacia la
cámara que graba la escena y con cara de pánfilo irresponsable
remata el simulacro con un corte de mangas.
Distintas varas de medir
La
grabación ha sido difundida, pero no sé con qué finalidad, porque
perjudica gravemente a quienes la han protagonizado. ¡Qué se
pretendía con el lanzamiento de esas imágenes a todo el mundo?
¿Asustar al Gobierno, mostrar desacuerdo con su gestión, expresar
odio hacia quienes tienen ideas políticas contrarias, acabar a tiros
con políticos de otra cuerda…? Sea lo que sea, hay que ser muy
tonto para grabar un vídeo simulando un magnicidio y difundirlo. Da la impresión
de que el protagonista tiene más barriga que cabeza, más odio que
comprensión, más ganas de asustar que de expresar su protesta
contra un gobierno que gestiona fatal.
La
reacción del Gobierno no se hizo esperar. Ya se han dado
órdenes a la policía para que identifique a los autores del vídeo
y se proceda contra ellos. Ha sido una reacción rápida. No cabía
esperar otra cosa. Sin embargo, la rapidez de reacción no parece ser
la misma que la que se produce cuando pintamonas catalanes o vascos
independentistas queman en la vía pública fotos de nuestros reyes. Hay en la izquierda distintas varas de medir. Personalmente, esas quemas me ofenden tanto como los tiros del sujeto
del vídeo. Si su actitud es calificada de delito de odio, ¿qué
calificación habrá que darle a la muerte ficticia en la hoguera de
nuestros máximos representantes, Felipe VI y su padre? JT