Steck: Fracasaré cuando muera
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Recordando a Steck viene a mi memoria
una sentencia de Corneille, quien afirmaba que cada instante de la
vida es un paso hacia la muerte. Después de dar muchos y muy rápidos
pasos, Ueli se nos ha ido. Cada instante suyo era meteórico; era
como el tránsito de una estrella fugaz. Parecía tener siempre prisa
por alcanzar el objetivo. Subía sin detenerse, sin mirar abajo,
rápido, firme, bien asegurado con sus piolets, hincando con firmeza
sobre el hielo las afiladas puntas de los crampones. Fue una máquina
trepadora, una huidiza ardilla hacia su morada en la parte más alta
del árbol.
Adoraba la montaña para contemplarla,
vivirla y vencerla, aunque la empresa estuviese cargada de peligros.
Para él no había adversidad. Se proponía un objetivo, y lo
cumplía. La palabra perder estaba erradicada de su vocabulario. Fracasaré cuando muera, dijo, ya que la muerte tampoco formaba
parte de sus planes. Tal vez en ese exceso de invulnerabilidad, en su
convencimiento de sentirse fuerte y seguro para afrontar las
dificultades esté la explicación de su accidente en la terrorífica
pared de hielo del Nuptse.
Alpinismo elitista
Alpinismo elitista
No voy a
recordar aquí la vida y obra de este extraordinario montañero, uno
de los mejores del mundo en la historia del alpinismo extremo. Los
medios han dado estos días completa información de ella y de su
muerte en el Himalaya, ocurrida cuando Steck se aclimataba para hacer
sin oxígeno artificial, en 48 horas, la ascensión al Everest, por
la escasamente frecuentada vía oeste o corredor Horbein, y subir
después en tiempo récord al Lhotse. Desde su juventud, Ueli,
carpintero de profesión, vivió a tope la montaña. Comenzó a
disfrutarla a los doce años y la abandonó definitivamente a los
cuarenta, dejando tras de sí la estela de un alpinismo elitista y una capacidad para triunfar en un deporte exclusivo de los más
grandes y heroicos escaladores.
Ascensiones espectaculares
Ascensiones espectaculares
Subir solo
por la pared norte del Eiger hasta la cima en menos de tres horas;
vencer ochenta y dos cumbres alpinas de más de 4.000 metros en un
verano; escalar sin más ayuda que la de sus manos y pies por
empinadas y resbaladizas paredes de roca, hielo y nieve, son proezas
que solamente los más grandes, los primus inter pares del
montañismo, pueden lograr. En su última entrevista, publicada en el
Tagesanzeiger, Ueli se preguntaba si no sería hora de dejar ya
este juego. ¿Presentía tal vez la proximidad del fracaso, o
incluso la muerte?
Descanse,
pues, este admirado deportista suizo, en la paz octaviana del
monasterio nepalí de Tengboche, a 3.860 m de altitud, rodeado de
imponentes montañas y cercano a sus apreciados sherpas. Ueli
perdió la vida, pero su personalidad y hazañas perdurarán como
huellas imborrables en nuestro recuerdo y en la historia del
alpinismo mundial.- JT
El impresionante escenario de la muerte de Ueli. De izquierda a derecha, Everest,
Lhotse y Nuptse
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