No sé
qué les pasa últimamente a nuestros
políticos. Cada día los veo más inclinados al derroche de afectos y simpatías.
En el Parlamento se aplauden a rabiar, unos y otros, como si estuviesen presenciando
un espectáculo digno de sonora recompensa. Dan palmas y palmas para competir en
cantidad y tiempo con el adversario. Me recuerdan al público de un plató de
televisión, donde el regidor, que no necesariamente suele ser persona culta y
con criterio, obliga a los invitados a aplaudir cuando él lo estima
conveniente. Es tan evidente este hecho, que del momento y número de aplausos
se puede deducir, en una tertulia política, el sesgo del canal. Unos crucifican
a la derecha; otros, inmolan a la izquierda con sus aplausos casi siempre
impertinentes y sobre todo innecesarios. Y todo ocurre en un ambiente de
felicidad; ríen y sonríen, políticos y tertulianos, como si estuviésemos
viviendo en la Arcadia griega. Insultan con su actitud, tal vez sin quererlo, a
una gran parte del sufrido pueblo español que ha sido víctima de una crisis de
la que no es culpable, y que condujo a muchas personas a la exclusión social: a desempleados, a preferentistas y a desahuciados; a jóvenes y mayores esclavos de unas
leyes injustas, con contratos basura, despidos indiscriminados, y, por si todo
esto no fuese suficiente, corrupción a tope
en la esfera pública y en la privada.
Un pretendido redentor
Un pretendido redentor
En un
ambiente de tanta injusticia tenía que nacer y nació un pretendido redentor: el
partido Podemos. No se podía esperar
otra cosa. Jóvenes universitarios formados en las aulas de la ciencia política vieron
la oportunidad de pasar a la práctica sus conocimientos teóricos y se pusieron
manos a la obra. Aprovecharon la presencia de una gran cantidad de
manifestantes en la Puerta del Sol,
los tan justamente indignados, y
crearon en el seno de esa multitud una formación con presunta capacidad para
resolver los problemas del país. Se apropiaron del descontento generado
por la crisis para hacer prosélitos entre aquellos jóvenes ocupantes del emblemático kilómetro cero.
Hoy
Podemos es un partido político con presencia en las más altas instituciones
europeas y con perspectivas de entrar también en las de España. A mí no me sorprende que esta nueva fuerza tenga ya tantos
seguidores. Ha sabido encauzar hábilmente, con mano maestra, la indignación generalizada
entre los ciudadanos más afectados por la pobreza. Su táctica, basada en la
unidad y el afecto, les permite captar fácilmente a jóvenes desocupados y a
personas mayores golpeadas por el infortunio.
Figuras de papiroflexia
Figuras de papiroflexia
Junto
con la expresión ágil y desbordante de algunos de sus líderes, como en el caso de Pablo Iglesias, la puesta en
escena de sus mítines marca nuevas
tácticas. Aparecen siempre en hilera en el escenario,
bien sujetos entre ellos con los brazos sobre los hombros, formando un todo basculante y aparentemente inseparable. A mí me recuerdan a esas tiras de muñecos de papel
que hacíamos de chavales en la escuela, instruidos por maestros de la
papiroflexia. Se besan y abrazan en cada momento, unos y otros, como en las
mejores familias, en un intercambio de emociones y afectos, quizá para
despertar ternura en el espectador. Dentro de este comportamiento, la expresión
más sublime de felicidad es el derroche de aplausos. Se
aplauden y ovacionan a sí mismos y al público, con prodigalidad parlamentaria, de
igual manera que lo hacen los miembros de esa “casta” que dicen aborrecer.
Somos muchos los que suscribimos las razones
del origen de Podemos (desempleo, empobrecimiento, injusticias, corrupción,
etc.). También sus proyectos de bienestar. Otra
cosa es que la puesta en práctica de esa especie de programa de gobierno que lanzan a los cuatro vientos pueda resolver los problemas de España. Ahí sí que este partido entra de lleno en la ciencia ficción, porque lo que promete es en gran parte irrealizable, no
convence por mucho que lo envuelva en besos, abrazos y aplausos. Eso sí, si
algo bueno está consiguiendo es la regeneración de la clase política. Que, la verdad, ya es bastante.- JT
Con los brazos sobre los hombros, bien agarrados, en un gesto de unidad y coherencia, los líderes de Podemos prodigan un sentimiento de felicidad solidaria. A mí me recuerdan, cuando los veo de este tenor, a esas tiras de muñecos de papel que hacíamos en la escuela de chavales.
Estos no son ninis. Trabajan a tope en lo que les interesa, dan mucho palo al agua. Por su cariño les iría bien el lema del genial Woody Allen cuando dij aquello de amaos los unos sobre los otros. ¡Jejeje! Luciano
ResponderEliminarJuventud, divino tesoro. Todos fuimos revolucionarios en algún momento de nuestra vida, quisimos cambiar el mundo, adaptarlo a nuestras ideas. Con el tiempo esa idealización de las cosas se desvanece y cuando miras para atrás te dices a ti mismo, ¡qué grande era mi ingenuidad! Si todo fuese tan fácil,la sociedad viviría de manera permanente en un alocado va y viene de regímenes políticos. Todos podemos hablar. Otra cosa es efectuar un cambio que tiene más de utopía que de realidad por sus irrealizables contenidos. Cesáreo
ResponderEliminarEstes mozos teñen moita sona. Ao paso van chegan á Moncloa nun par de lexislaturas. Hai que cantarlles aquelo de "Bailaches Carolina, bailei si señor, dime con quen bailaches, bailei co meur amor", pra que se movan con más xeito no escenario. ERMESINDO
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