Su particular museo al aire libre está hoy abandonado,
al albur de un Atlántico que poco a poco irá devorándolo. Sin embargo, no se
perderá su recuerdo: el Ayuntamiento de Camelle y la Xunta de Galicia le
dedicaron al artista y a su obra un edificio-museo en la zona portuaria, cerca
del lugar donde Man vivió cuarenta años. Murió, dicen algunos, de pura
tristeza. No lo mató la humedad ni el frío, a pesar de que andaba siempre en
taparrabos mostrando a sus visitantes las piezas de su autoría. Murió de pena,
sí, cuando vio cómo sus piedras y círculos, su caseta y todo el entorno vital eran empapados por el viscoso y sucio crudo procedente de un barco de
endemoniado recuerdo: el Prestige.
Man se fue, pero su figura permanece imborrable en la memoria de los habitantes
de Camelle.
El círculo vital
Cuando vi por primera vez las esculturas de piedra de este alemán sospeché que había en ellas una fuerte influencia del medio donde vivía su autor, porque Camelle está al pie de una montaña generosamente salpicada de peñascos graníticos, donde más de un montañero –y me incluyo- probó quincalla y destreza en paredes verticales y lisas, de unos veinte metros de altura. La roca está esparcida por doquier. Es, a veces, redonda y muy pulida; en otras, además, antropomorfa. Esta singularidad del paisaje tan próximo al artista fue la que me llevó a pensar que se inspiraba en el entorno para construir las piezas de su museo.
Cuando vi por primera vez las esculturas de piedra de este alemán sospeché que había en ellas una fuerte influencia del medio donde vivía su autor, porque Camelle está al pie de una montaña generosamente salpicada de peñascos graníticos, donde más de un montañero –y me incluyo- probó quincalla y destreza en paredes verticales y lisas, de unos veinte metros de altura. La roca está esparcida por doquier. Es, a veces, redonda y muy pulida; en otras, además, antropomorfa. Esta singularidad del paisaje tan próximo al artista fue la que me llevó a pensar que se inspiraba en el entorno para construir las piezas de su museo.
Pero no, no era ese su numen artístico. Él mismo me lo
confesó: sus creaciones eran el reflejo de un pensamiento -no me atrevo a
calificarlo de filosófico- que lo tenía atenazado desde niño: el círculo, la
redondez de la forma como principio y fin de todas las cosas. E iba más allá en
tan particulares deducciones: El círculo ---me explicó en una de mis visitas a
su humilde caseta de ermitaño— es
la vida misma; empieza a trazarse cuando naces y se cierra al morir. Pintando
círculos estoy recreando vida, naturaleza y lanzando un mensaje trascendental,
tal vez kantiano, de razón pura. Todo lo que vemos, lo importante y
trascendente es redondo: el mundo, los planetas, tal vez el universo… Hasta la
redondez puede ser sinónimo de hermosura aplicada a la mujer, o a estas piedras
lisas, acaso ovaladas, con las que hago mis trabajos".
Inspiración panteísta
Inspiración panteísta
Me sentí ofuscado cuando Man derribó mi sospecha con
sus explicaciones. Suponía como lógico que se inspirase en las rocas de la
montaña, ¡las tenía tan cerca! Mas luego, observando con detenimiento las
esculturas y los círculos estampados en el malecón, admití que no era esa su fuente de inspiración. Las piedras apiladas en espiral, dirigiéndose
hacia el infinito, encerraban un mensaje no sé si antropocéntrico o panteísta,
pero que nada tenía que ver con las formas del roquedal.
Así es como conocí a este recordado anacoreta de la Costa da Morte. Llegó de joven
a Camelle, y un amor no correspondido lo mantuvo hasta el final en su
particular ermita al lado del mar, mirando al ocaso. No sé si las figuras
pétreas que legó son arte o camelo, no me atrevo a valorarlas, pero tienen
un importante significado inmaterial: el del recuerdo de un hombre bueno, de
naturaleza dura y sentimientos profundos, acogido y querido por sus convecinos,
que supo vivir sin molestar y supo ayudar a quienes le pidieron su consejo. Así
fue Manfred Man, el alemán de Camelle.- JT
Man no se inspiró en las rocas de la sierra de Camelle para construir sus piezas. |
Erguida sobre el muelle, esta escultura parece desafiar con su esbeltez al roquedal de enfrente. |
En el tótum revolútum del museo aparece al fondo la ermita abandonada del artista. |
La caseta del ermitaño, en evidente estado de ruina. |
Man utilizaba en la
elaboración de sus obras lo que tenía en el entorno: piedras, cuerdas, ramas y
todo tipo de desechos arrastrados por el mar.
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La fuente es una de las piezas más llamativas del que fue museo al aire libre del alemán. |
Vista de una parte del museo desde la caseta. Al fondo resalta la sierra de lomas berroqueñas. |
Solidez, firmeza, caos…
¿Qué pretendió representar el autor con estas figuras?
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Entrada a la vivienda. Las piedras apiladas junto al edificio tienen estampado un círculo. |
Esta caracola es tal vez
la obra más llamativa de la colección. Resalta la redondez de los cantos rodados, la de esos círculos predominantes en la obra de Manfred.
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Era un hombre bueno como tu dices. Cuando fui a ver su museo me recibió en taparrabos y me dio un boli y una libreta para anotar mis impresiones sobre el museo. Me gustaría saber que ha hecho con lo que escribí. José Luis
ResponderEliminarBueno bueno Jose, no parece haber mucho arte en esas esculturas sino mas bien habilidad e ingenio,je,je,je, pero como dices al menos queda el recuerdo de su bonhomía, que ya es mucho. Saludos. Arturo
ResponderEliminarCreo que este alemán tenía mucho cuento. Llamar obra de arte a esas acumulaciones de piedras que se ven en las fotos es como decir que las figuras que pintan mis hijos pequeños en la escuela son cuadros de Picasso. Luciano
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