viernes, 18 de mayo de 2018

Picos de Europa: crónica de un paseo por los Urrieles

     Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, dijo Machado en una de sus más excelsas poesías. Aquí sí hay camino, en el Macizo Central de Picos de Europa, también llamado de los Urrieles. Se abre ancho, carretil, flanqueado de rocas y herbáceas y se extingue pronto, en La Vueltona, donde toma el relevo una senda breve y dificultosa; senda de rebecos y cabras, a veces polvorienta, a veces blanqueada por el nevero sucio del verano tardío, aunque siempre dura y pedregosa.
      El aliento alterado cesa, se apacigua, cuando el caminante llega a la cabaña. Está ahí, solitaria, erguida sobre una roca, mirando a los cuatro vientos; está ahí, bien asegurada con cables de acero, protegida de la violencia eólica, al amparo de tempestades. Es Verónica, la esférica y coqueta cápsula subida por piezas a lomos de caballo. Procede de un barco de guerra norteamericano en desguace. En el mar protegió al marino del fuego enemigo, acogiendo en su interior un arma demoledora. Aquí, en la montaña, da albergue al caminante y lo protege del frío, de los vientos y de las tempestades que desencadenan en las alturas toda su sobrecogedora potencia.
      Verónica, refugio vivac, no tiene más depredadores que el sol y la erosión de las aguas y el viento. Pero llega el hombre, ese andador ansioso de glorias alpinas, y con su devastador comportamiento acentúa la degradación del pequeño refugio y su entorno de rocas pulidas, fracturadas por un proceso de inevitable gelivación, nacidas en el cataclismo orogénico de hace cientos de millones de años.

Solaz y riesgo
      La cabaña es base ideal para realizar ascensiones a los picos que la circundan: Peña Vieja, Horcados Rojos, Tesorero, Torre de Altaiz, agujas de La Canalona y Bustamante, etc. Visité por primera vez en 1968 este abrupto macizo calcáreo de fuertes desniveles y profundos abismos. En aquellos años todavía era dado caminar sin incómodas compañías por sendas pinas y sinuosas, subir a las plataformas cimeras de sus picos, atalayas grandiosas, con vistas panorámicas al mar y la tierra; subir sin el acoso de apresurados andadores que te siguen, pisándote los talones. Eran otros tiempos, eran otros conceptos de vida en la montaña. Buscabas descanso, solaz, aire puro, pero también aventura en la ascensión y en la escalada por vías de evidente riesgo.
      En el riesgo estaba la satisfacción plena del montañero. Porque superar una llambria con el precipicio abierto a tus pies, sentir el agarre firme de los dedos en la rugosidad de la roca, bajar de la cima en rápidos rápeles, una vez vencida la cumbre, enriquece la voluntad y da fuerza interior para salvar dificultades. El montañismo es forja excelente de gentes de bien, de personas voluntariosas, solidarias, capaces de afrontar el sufrimiento sin decaer y de enorgullecerse de los triunfos propios y ajenos.
    Hoy, el escenario hermoso de la montaña es objetivo preferente de agencias  turísticas y de aventura. Poco a poco, inexorablemente, caminos y sendas se ven invadidas por cientos de visitantes ávidos de probar ropa prêt-à-porter para darse una caminata por la montaña y recorrer, aunque sea brevemente, los escasos y tortuosos senderos que la pueblan. Senderos abiertos por la pisada firme y consistente de gentes y animales; senderos unidos entre sí o cortados por el muro infranqueable del roquedal.

Garganta divina
      Visité por primera vez el Macizo Central de Picos de Europa en 1968, como dije antes, después de recorrer en paseo de placer inigualable la Garganta Divina del Cares, una ruta hoy afectada duramente por el boom turístico. Los mayores encantos de esa garganta eran la paz, la tranquilidad que en tan venerado paraje se respiraba; paz en un ambiente sobrecogedor, con el rumoroso Cares corriendo por lo más profundo del tajo y con la presencia celeste de ruidosas grajillas, compañeras inseparables del caminante en la espectacular depresión de esa zona asturiana de Picos.
      Tan buena impresión me causaron esos parajes calcáreos que, en 1971 decidí volver a ellos junto con tres compas de fatigas montañeras, amantes como yo de la marcha y la escalada. Después de esa segunda experiencia vendrían otras, solo o en compañía de personas que compartíamos la misma afición y los mismos escenarios calizos de Picos, aunque también, y sobre todo, de Pirineos y Alpes. Pero este es tema para otra ocasión. Ahora dejo aquí estampas de mi primera visita al Macizo Central de Picos de Europa, en pleno mes de agosto, bajo un sol abrasador alternado con más de una tormenta seca y horrísona.-JT

P.D.- Mi agradecimiento a Arce, excelente montañero y compa ocasional, por permitirme publicar estas fotos de nuestro paseo por Picos de Europa. Las imágenes son bien expresivas y de gran calidad.

Refugio de El Cable cercano a la estación superior del teleférico de Fuente De, entrada cómoda al Macizo Central. Yo solía subir a la Vega de Liordes por la canal de la Jenduda, mientras mi pesada mochila era transportada por el teleférico. En una ocasión quedé atrapado toda una semana por una nevada imprevista, junto con el desaparecido montañero coruñés Fernando Rodríguez Gil, en el refugio de la estación superior. Compartimos mesa y viandas con el operario Domingo, vecino de Pido, fallecido hace años. En la foto, de derecha a izquierda se ven Peña Vieja, Pico de Santa Ana, la Torre de Horcados Rojos y, al fondo, bien erguido y puntiagudo, el Pico Tesorero.

Caminante, hay camino cómodo y amplio por esa vega de Liordes donde la planta rastrera surge en los entresijos de un suelo calizo. Comienza la marcha hacía la cabaña. Y al fondo, siempre a nuestra vista, la bien fortalecida Torre de Altaiz es un primer exponente de los grandes promontorios pétreos de esta zona de Picos.
Horcadina de Covarrobles. Ojo al parche: En el macizo, el rebeco es dueño y señor. Quien no lo respete será sancionado. Están bien claras las prohibiciones impuestas por la Subsecretaría de Turismo del Gobierno de la nación. Ni petardos ni griteríos. Y no se le ocurra lanzarles piedras, porque entonces la ha liado parda. 
El neverín, camino de Verónica, deja ver al final la oquedad de la llamada cueva Bustamante en la que me tocó vivaquear más de una vez por estar la Verónica a tope de personal. Eusebio Bustamante fue un ilustre fotógrafo de Potes, colaborador de ABC y conocido por el sobrenombre de “el fotógrafo de Picos”. Más de una vez me lo encontré en su todoterreno Lada Niva cerca del refugio de Áliva. Era extraordinariamente afable y gran conocedor de estas montañas. Hoy sus hijos mantienen abierta la tienda de fotos en la villa cántabra, lugar de peregrinaje de montañeros de todo el mundo.
Verónica, un refugio vivac bien anclado en la roca por cuatro cables para impedir que los vientos impetuosos lo arranquen de cuajo. Salvó de apuros a montañeros sorprendidos por nevadas imprevistas. Al fondo, el Tesorero.
Soberbio panorama de picos y hoyos, alfombrados por neveros todavía persistentes en un verano ya avanzado.
Las tormentas eléctricas y secas en Picos son estremecedoras. En la foto vemos cómo la base oscura del cúmulonimbo, hermosa nube de desarrollo vertical, se aproxima hacia nosotros desde el Curavacas. No cayó ni una sola gota de agua, pero la sucesión de rayos, uno tras otro, y el estruendo de sus truenos, ampliado por el eco que se origina entre tanta montaña rocosa, resultó sobrecogedor.
Pico Tesorero. En esta cumbre confluyen los límites territoriales de Santander, León y Asturias. De fácil ascensión, su cima es una atalaya espléndida sobre los tres macizos. En días despejados se ve el mar Cantábrico.
Refugio Delgado Úbeda, al pie de la cara oeste del Picu Urriellu. Fue hospedaje en más de una ocasión de montañeros y escaladores de renombre mundial.
El Picu Urriellu o Naranjo de Bulnes despunta desafiante en esta foto. La pared oeste, de muy difícil ascensión, fue escalada por primera vez en 1962 por los aragoneses Rabadá y Navarro, que habrían de morir años más tarde en Alpes. En 1969 Ortiz y Berrio cayeron más de cien metros cuando afrontaban el último tramo hasta la cumbre. Sus cadáveres fueron recuperados tras cortar las cuerdas que los sujetaban y precipitarse al vacío. Un año más tarde, Gervasio Lastra y José Luis Arrabal sufrieron un espectacular rescate tras quedar atrapados en una cornisa durante ocho días, sin posibilidad de continuar la ascensión por sus propios medios. Hubo que recuperarlos con la intervención de un helicóptero, pero Arrabal, trasladado a un centro sanitario, no sobrevivió. Lastra salvó su vida y años más tarde ejercería la docencia en Potes.
Arriba queda la vega del Urriellu con su refugio al pie del Picu. Bajamos ya con dos compas madrileños en franco regreso al valle, camino de Bulnes y Puente Poncebos.
Digo en el texto inicial que la montaña es forja de afectos y solidaridades. Pues bien, ahí está, en el cartel, la prueba de la  admiración y aprecio de los montañeses a sus visitantes.