miércoles, 3 de octubre de 2018

Carlos Gallego, una vida entregada a la montaña

Adaptar la actividad veraniega a la capacidad física de la persona -y la mía está bastante mermada- es cuestión clave para disfrutar del ocio y el sosiego. En vacaciones suelo seleccionar dos objetivos: conocer pueblos, paisajes y gentes, o bien, si posible fuese, bucear en aguas cristalinas en busca de sensaciones vivificantes. Me gusta el Mediterráneo, me gustan la aguas tibias y claras del Golfo de Mazarrón, al que suelo acudir cuando el cuerpo me lo permite, apartado ya de una intensa actividad montañera y espeleológica. Pero me gusta sobre todo recorrer pueblos y ciudades, conocer gentes, costumbres; contemplar paisajes, cercanías y lejanías... Vivir en la paz mirífica de una naturaleza carente de contaminaciones.
        Y esta vez esa paz la encontré en el campo manchego, en el tranquilo ambiente de una dehesa toledana donde no asfixia el calor ni el frío entumece el cerebro. Está en el ancho valle del Tiétar, entre sierras de muy distintas dimensiones: Gredos, la grande, imponente y bien nutrida de rocas graníticas salpicadas de feldespato, y la de San Vicente, humilde en altura, pero alfombrada por secas dehesas y bosques de encina, castaño, pino y alcornoque. Y allí, en zona donde se tocan las provincias de Ávila y Toledo, encontré a un montañero experimentado, bien nutrido de ascensiones a cumbres de gran dificultad. Su nombre es Carlos Gallego, alpinista madrileño que halló en el campo el retiro dorado. Él y su esposa Esther, amable, comunicativa y artista del bordado y la cocina, construyeron a novecientos metros del pueblo toledano de Sartajada una linda casa de planta baja para dedicarla al turismo rural, llamada El Roblón.
        Carlos tiene muchos calificativos en jerga montañera: gredista, piquista, pirineísta, alpinista, andinista, himalayista... Inició su actividad en La Pedriza madrileña, un espacio natural donde la roca no se deja querer por su lisa superficie; en esa Pedriza, digo, que ha sido y es escuela de hábiles escaladores. Pero pronto pasaría a las principales cordilleras del mundo. Participó en expediciones de gran riesgo a los Andes, Himalaya y Alpes, y subió a las más significativas cumbres de Picos de Europa, Pirineos y Gredos para especializarse, finalmente, en la progresión por hielo y nieve. Y fue el hielo, ese temible elemento de la montaña, el que frenó en parte su actividad alpina.

Accidente en Gredos
        Hace unos trece años Carlos sufrió un grave accidente en Gredos al ascender por una pared vertical helada. El desprendimiento de una clavija, y la sucesiva extracción en cremallera de las demás, lo tiró desde una altura de setenta metros. Pero sobrevivió. Tras un dramático rescate, que él relata muy bien en el blog Montaña y Alpinismo Clásico, mezclando prosa narrativa y poética, pasó varios meses hospitalizado hasta lograr su total recuperación. Hoy vive feliz junto a Esther en El Roblón, lugar de alojamiento idílico para quienes, como yo, buscan paz y sosiego. En el gran salón de la vivienda conserva gran parte de sus recuerdos: fotos, material de escalada, páginas de periódicos con información de las expediciones en las que participó, y libros, muchos libros de montaña. En lugar preferente, junto a unos de los grandes ventanales, hay una edición especial de El Quijote de la Mancha, obra cumbre de la literatura española. Parece estar colocada ahí para disfrutarla y quizá también para recordar al huésped su inequívoca ubicación.
        Montañeros, excursionistas y amantes de la naturaleza tienen en El Roblón un punto de partida donde iniciar caminatas por pistas y veredas del campo manchego, por pueblos históricos y terrenos donde la encina deja crecer a la olorosa jara. Pero no solo acuden a ese alojamiento montañeros y turistas, sino también naturalistas, ornitólogos y fotógrafos de la naturaleza, pues, en praderas y dehesas, en ríos y arroyos encuentra el visitante una gran variedad de aves y lugares cautivadores, de tierras áridas, agostadas, pero de sorprendente fecundidad arbórea.

Paisajes e historia de dos Castillas
        En las sierras de San Vicente y Gredos hay pueblos de visita imprescindible, entre los que cabe citar La Adrada, La Iglesuela, El Real de San Vicente, Navamorcuende y Castillo de Bayuela, y a mayor distancia de Sartajada, Mijares, Oropesa, Lagartera, Guisando, Arenas de San Pedro, Pedro Bernardo, el santuario de la Virgen de Chilla y El Puente del Arzobispo, donde el alfarero expresa su arte y el Tajo discurre rumoroso por una gran llanura extendida entre montañas de muy distintas altitudes. Debo decir que la visita fue para mí muy enriquecedora. Conocí a un gran alpinista, a una excelente pareja de anfitriones, y disfruté de las múltiples excelencias históricas y paisajistas de un territorio situado entre las dos grandiosas Castillas. Habrá que repetir.- JT

El Roblón. Encina centenaria. Está comprobado que pasa de los setecientos años. Se mantiene robusta y espléndida en tronco, ramas y hojas.
El Roblón. Rincón idílico de esta casa rural. De madrugada y al anochecer una liebre visita a los comensales. Viene a comer la hierba que los propietarios plantaron para dar al entorno del edificio aspecto de oasis en la agostada dehesa.
El Roblón. La enorme sala de la casa alberga recuerdos coleccionados por los propietarios en sus viajes por el mundo, y muy especialmente loza, cerámica y utensilios antiguos que Carlos y Esther salvaron de su destrucción.


La Iglesuela. Plaza céntrica de este bonito pueblo manchego cercano a Sartajada.

Convento del Piélago, en la ruta de Sartajada a El Real de San Vicente por Navamorcuende. Algunos historiadores atribuyen a los carlistas su destrucción. El edificio se encuentra en estado de restauración. Está en zona de hermosos castaños, rodeado de zarzamora de mucho y apetitoso fruto.


Guisando, pueblo turístico muy visitado. Cerca está la glorieta del Nogal del Barranco con estatua de la cabra montesa y aparcamiento para el acceso a pie a la zona de Los Galayos (Sierra de Gredos).

El Arenal, un pueblo de Ávila recogido en la falda de la Sierra de Gredos. Tiene un monumento dedicado a los viejos, o sea, a la tercera edad, que diría el desaparecido ministro Licinio de la Fuente, toledano de nacimiento.

El Real de San Vicente es una villa de importancia histórica ya que, entre otros episodios, fue en uno de sus montes, el de Venus, donde el lusitano y aguerrido Viriato acampó en la lucha contra los invasores romanos.

Ayuntamiento de Castillo de Bayuela. En medio de la plaza está el rollo jurisdiccional, columna de estilo gótico que, además de confirmar la jurisdicción propia del pueblo, señalaba antiguamente la plaza como lugar de ejecuciones (¡Qué bello monolito, pero qué horroroso recuerdo!).

Maquetas de barcos de pesca expuestas en el Asador Real, restaurante cercano a San Vicente. El local pertenece a un gallego de Baralla (Lugo). Buen menú y carta variada con precios muy aceptables.

Pedro Bernardo es realmente el mejor mirador sobre el Valle del Tiétar. La estructura escalonada, en anfiteatro, de calles y viviendas, es perfecta para contemplar el paisaje. Mira al valle y también a los Montes de Toledo.
Puerto del Pico. El monumento de la foto es de la época de Franco y fue erigido en memoria de los caídos en la zona durante la Guerra Civil. El puerto conserva parte de la calzada construida por los romanos. Es una excelente atalaya sobre el barranco de las Cinco Villas y paso de ganado trashumante al valle del Tiétar.
Mombeltrán. Castillo de los Duques de Alburquerque. Bien de Interés Cultural desde los años cuarenta del siglo pasado. Está situado en lugar estratégico para dominar el barranco de las Cinco Villas.
Santuario de la Virgen de Chilla. Patrona del pueblo de Candeleda, esta virgen se le apareció a un pastor para resucitar a una oveja que se le había muerto, según el dicho popular. Lo cierto es que, se non è vero, è ben trovato.