martes, 9 de mayo de 2017

In memoriam: Ueli Steck, la ardilla humana del alpinismo

Steck: Fracasaré cuando muera
Recordando a Steck viene a mi memoria una sentencia de Corneille, quien afirmaba que cada instante de la vida es un paso hacia la muerte. Después de dar muchos y muy rápidos pasos, Ueli se nos ha ido. Cada instante suyo era meteórico; era como el tránsito de una estrella fugaz. Parecía tener siempre prisa por alcanzar el objetivo. Subía sin detenerse, sin mirar abajo, rápido, firme, bien asegurado con sus piolets, hincando con firmeza sobre el hielo las afiladas puntas de los crampones. Fue una máquina trepadora, una huidiza ardilla hacia su morada en la parte más alta del árbol.
        Adoraba la montaña para contemplarla, vivirla y vencerla, aunque la empresa estuviese cargada de peligros. Para él no había adversidad. Se proponía un objetivo, y lo cumplía. La palabra perder estaba erradicada de su vocabulario. Fracasaré cuando muera, dijo, ya que la muerte tampoco formaba parte de sus planes. Tal vez en ese exceso de invulnerabilidad, en su convencimiento de sentirse fuerte y seguro para afrontar las dificultades esté la explicación de su accidente en la terrorífica pared de hielo del Nuptse.

Alpinismo elitista
        No voy a recordar aquí la vida y obra de este extraordinario montañero, uno de los mejores del mundo en la historia del alpinismo extremo. Los medios han dado estos días completa información de ella y de su muerte en el Himalaya, ocurrida cuando Steck se aclimataba para hacer sin oxígeno artificial, en 48 horas, la ascensión al Everest, por la escasamente frecuentada vía oeste o corredor Horbein, y subir después en tiempo récord al Lhotse. Desde su juventud, Ueli, carpintero de profesión, vivió a tope la montaña. Comenzó a disfrutarla a los doce años y la abandonó definitivamente a los cuarenta, dejando tras de sí la estela de un alpinismo elitista y una capacidad para triunfar en un deporte exclusivo de los más grandes y heroicos escaladores.

Ascensiones espectaculares
        Subir solo por la pared norte del Eiger hasta la cima en menos de tres horas; vencer ochenta y dos cumbres alpinas de más de 4.000 metros en un verano; escalar sin más ayuda que la de sus manos y pies por empinadas y resbaladizas paredes de roca, hielo y nieve, son proezas que solamente los más grandes, los primus inter pares del montañismo, pueden lograr. En su última entrevista, publicada en el Tagesanzeiger, Ueli se preguntaba si no sería hora de dejar ya este juego. ¿Presentía tal vez la proximidad del fracaso, o incluso la muerte?
        Descanse, pues, este admirado deportista suizo, en la paz octaviana del monasterio nepalí de Tengboche, a 3.860 m de altitud, rodeado de imponentes montañas y cercano a sus apreciados sherpas. Ueli perdió la vida, pero su personalidad y hazañas perdurarán como huellas imborrables en nuestro recuerdo y en la historia del alpinismo mundial.- JT

El impresionante escenario de la muerte de Ueli. De izquierda a derecha, Everest, Lhotse y Nuptse