jueves, 24 de diciembre de 2015


Decisión, perseverancia, prudencia, he aquí tres pilares del éxito en la montaña que pueden trasladarse a cualquier otra actividad de nuestras vidas. El año que termina estuvo bien nutrido de éxitos montañeros, pero también de desgracias. Y como suele ocurrir, pesan más estas que las conquistas realizadas. Especialmente trágico fue el terremoto del Nepal y del Tibet, causante de numerosas muertes y de enorme desolación. Perecieron muchos montañeros y sherpas atrapados por aludes. Fue una conmoción geológica de extrema magnitud, sin fecha puntualmente determinada, pero previsible, porque la cordillera himaláyica se asienta sobre placas tectónicas activas. La anunció el científico francés Laurent Bollinger semanas antes de que se produjera. Mas, ¿qué se podía hacer? Pues, la verdad, creo que poco o nada podría realizar el hombre frente a esa fuerza inconmensurable de la naturaleza.

Ante una catástrofe de tales dimensiones, la reacción de Europa y de países como Estados Unidos no se hizo esperar. Fue altruista y desinteresada, solidaria y emotiva, como debía ser. No olvidemos que al menos un noventa por ciento de las expediciones internacionales que llegan a las cumbres del Himalaya no podrían hacerlo sin la ayuda de esos porteadores y guías, los sherpas nepalíes, que exponen su vida por unos cuantos dólares. Justo es entonces que en reciprocidad, quienes se benefician de tan sacrificados ayudantes les presten ayuda cuando son víctimas del infortunio.

Del 2015 me quedo, pues, con el triste recuerdo de esa catástrofe que conmovió al mundo, en especial a los ambientes alpinos. Y me quedo, sobre todo, con el espíritu solidario, propio de las gentes de la montaña, voluntariosas y abnegadas cuando el esfuerzo lo exige. Hay muchos y muy buenos valores en el montañismo y en la espeleología. Y pienso que si la sociedad y los políticos se animaran a emplearlos en su diario quehacer, gran parte de los problemas que padecemos podrían ser resueltos sin traumas y sin injusticias.

Por otra parte, llegamos estos días al final de un año de escasas lluvias en Europa; y si no escasas, al menos mal repartidas. Parece evidente que los gases del llamado efecto invernadero siguen causando fuertes turbulencias en la atmósfera, emponzoñando el aire que respiramos. Son las fábricas carentes de medidas de seguridad medioambientales y los vehículos de motor los que, con sus emisiones, nos calan esa boina parda y asquerosa que embadurna el cielo. Y si a esto añadimos los efectos del Niño, pues parece normal que las estaciones se vean alteradas. Ese Niño es un fenómeno climático que ocurre cada tres o más años en aguas del Pacífico oriental. Cuando sube unos grados la temperatura del mar, se altera el clima de manera inusual con lluvias intensas, huracanes, tornados, fuertes tormentas y grandes deshielos. Un primor, vamos...

En fin, con la esperanza de que cualquier tiempo pasado no haya sido mejor que el venidero, lo que cabrearía a don Jorge Manrique, deseo a todos los seguidores y visitantes de este blog unas muy felices fiestas de Nadal, así como muchas satisfacciones en el 2016, un año más en nuestras vidas que ya nos está llamando a la puerta .- JT