lunes, 8 de junio de 2015

La Iglesia alemana recupera a los jóvenes con la escalada

Ferdinand caminaba aquella tarde por la Lutherstrasse de Hamburgo con aire distraído. Portaba una mochila azul con material de escalada. Llevaba poco, pero el suficiente para realizar sin problemas un corto entrenamiento. Por el camino se encontró con Harald, uno de sus compañeros de aventura en la montaña, quien sorprendido al verlo con la mochila por la ciudad le preguntó socarronamente si iba a escalar al parque infantil.

--No –respondió sonriendo Ferdinand, y añadió--: Voy a la iglesia.

--¿A la iglesia? ¿A la iglesia con mochila?  ¡Venga ya, déjate de bromas!

--No, no es broma Harald, voy a escalar. ¿Aún no te has enterado? Tenemos en nuestro barrio una iglesia convertida en escuela de búlder. Por eso voy a ella a entrenar. Está cerca de mi casa y tiene de todo: cuerdas, tirolinas y presas de todo tipo en sus paredes. Llevo sólo los pies de gato, el magnesio, el casco, el arnés y un chándal. No necesito más.

Harald, creyendo que su amigo le tomaba le pelo, se despidió de él con un corto deseo: “Pues que te vaya divino”. ¡Escalar en una iglesia!, ¿a quién se le puede ocurrir semejante memez?, se decía para sí mientras continuaba su camino hacia un Schnell-Imbis del lago Alster, donde le esperaba su amiga Gigi. Sospechaba que la respuesta de Ferdinand llevaba tanta carga de sarcasmo como su pregunta sobre el parque infantil.

Pero no, no era así. En Alemania se puede escalar en algunas iglesias. Es la nueva forma de llegar a Dios sin tener que soportar el ceremonial de la misa o la monotonía del rezo. Así lo creen los párrocos que han destinado sus templos a esa actividad tan deportiva como honrosa que es la escalada.

Templo convertido en restaurante de lujo
La noticia no es nueva. En los últimos años ha caído de forma alarmante la presencia de fieles en las iglesias católica y protestante (la evangelista de Luthero). Datos de ambas religiones confirman que el descenso de participantes en los cultos alcanza cifras reveladoras de la creciente indiferencia del pueblo alemán por la religión. Podríamos decir grosso modo que la mitad norte y este del país es protestante y la sur y oeste católica. Pues bien, Frankfurt am Main, por ejemplo, contaba en 1950 en su censo con 430.000 protestantes, mientras que hoy la cifra es de solo 110.000. Esta misma Iglesia luterana cerró entre los años 1990 y 2010 nada menos que 340 templos y demolió 46 debido al descenso de fieles (y cotizantes) y al avance del desinterés religioso en la sociedad.

No menos afectada se ve también la iglesia católica, especialmente en regiones de gran tradición religiosa como Baviera y la zona del Ruhr. Datos de la Conferencia Episcopal Alemana confirman que antes de la reunificación del país en 1990, el 42 por ciento de la población profesaba el catolicismo. En el año 2013 esa población de fieles estaba en el 29,9 por ciento. La falta de interés por la religión, y en especial la ausencia de parroquianos en los cultos movió a buscar soluciones. Así, ambas iglesias han ido vendiendo o derribando sus templos. En Hamburgo dejaron en manos de un centro islámico una catedral protestante, lo que causó un fuerte rechazo en la población. Y otras propiedades como iglesias, casas, terrenos, etc., se pusieron en venta para darles distintos usos ante la imposibilidad de su mantenimiento. Vendieron los sagrados recintos para su conversión en restaurantes, escuelas de arte y danza, almacenes de empresas, etc.

Práctica de escalada en una iglesia alemana
Pero algunos sacerdotes se mostraron reticentes a liquidar sus parroquias e idearon una nueva y rompedora forma de recuperar feligreses, especialmente jóvenes, transformando las iglesias en lugares de escalada. Eran conscientes del descenso de fieles experimentado en las últimas décadas y en especial del escaso o nulo interés de la juventud por la religión. Por ello dirigieron sus pasos a la recuperación de ese sector social. Pusieron presas en las paredes de los templos, montaron tirolinas, colgaron cuerdas de seguridad y colocaron en el suelo colchones para amortiguar posibles caídas. Intentaban así acercar a los jóvenes a la iglesia utilizando el siguiente razonamiento: “Si no vienen a misa y no quieren rezar, pues atraigámoslos con lo que a ellos les gusta: la aventura, el riesgo; el desafío al equilibrio y a la gravedad”. Y acertaron. El proyecto, aparentemente descabellado, tiene éxito.

Días después del encuentro de Ferdinad y Harald los dos amigos volvieron a verse, y este le dijo con sorna a su compañero de escalada que le gustaría visitar su rocódromo. Ferdinad, sonriente, aceptó llevarlo allí. Al menos Harald comprobaría que no le había mentido cuando le dijo que ejercitaba su deporte favorito en tan recogido lugar. Fueron entonces ambos a la iglesia al día siguiente , y también en días sucesivos.  Meses más tarde Harald no dejaba de acudir a aquel lugar de culto. Estaba tan entusiasmado con él, que ya no era capaz de abandonar la práctica diaria del búlder en sus benditas paredes. Quería escalar y escalar a diario en aquel ambiente de divino sosiego, subir por los muros verticales y toparse con la imagen de Cristo tras rebasar un paso de extrema dificultad, agarrado a una minúscula presa.- JT

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P.D.- La de Ferdinand y Harald es una anécdota real, pero de nombres ficticios.