miércoles, 9 de octubre de 2013

Mont Blanc: crecer o decrecer, "that is the question"

¿Cambia la altura de las montañas en cortos períodos de tiempo, o son los instrumentos con los que el hombre realiza las mediciones los que la varían? En You Tube acabo de encontrar un interesante vídeo sobre el tema. Desde el año 2001, experimentados alpinistas-geómetras franceses y suizos suben a la cima del Mont Blanc a efectuar mediciones. En 2003 registraron una altura máxima de 4.808 m. Cuatro años después, esta montaña tenía 4.811 m. Había crecido nada menos que tres metros. Pero a día de hoy apenas ha variado con relación a la altura de hace dos años, según se informa en ese vídeo.

El techo de Europa
Con estos datos podríamos creer que la corteza continental se mueve verticalmente, está activa e influye en las variaciones de las cordilleras. Ocurre así, por ejemplo, en el Himalaya, cuyas montañas crecen cada año algunos centímetros. También en los Alpes y en Pirineos, aunque en menor medida. Esto se debe a que las placas tectónicas sobre las que reposan se aproximan muy lentamente una a la otra, desplazando hacia arriba la superficie de la Tierra. Mas en el caso del Mont Blanc la razón no es solo esa. El macizo está bien asentado en la corteza terrestre sobre una base granítica de unos 40 quilómetros de profundidad, que es la que se calcula para la capa fría y rígida de rocas ígneas, sedimentarias y metamórficas del subsuelo.  Las espectaculares variaciones en la elevación de esta cumbre alpina, en tan cortos espacios de tiempo, obedecen a fenómenos meteorológicos más que tectónicos; se producen por los efectos que la nieve y el viento ejercen sobre la superficie de la montaña, reduciendo o aumentando su altitud.
En general las montañas pierden altura en el tiempo a escala geológica y sus crestas y picos se achatan a causa de la meteorización y la erosión, dos procesos naturales en los que la lluvia, el hielo y el viento, junto con agentes biológicos y el arrastre de piedras, tallan y pulen la roca redondeando en millones de años su perfil. Por eso se suele decir que la montaña, cuanto más vieja, más roma. Cordilleras tan abruptas y accidentadas como la himaláyica, la alpina y la pirenaica son aún jóvenes si las comparamos con las de otras zonas del planeta afloradas muchos millones de años antes.
Los protagonistas del citado vídeo, un grupo de experimentados alpinistas saboyanos de Chamonix y Saint Gervais-les-Bains, comprobaron en la medición efectuada el pasado mes de septiembre que la altura del Mont Blanc apenas había variado en los dos últimos años, pues en 2011 estaba en los 4.810,44 metros y actualmente se sitúa en los 4.810,06, muy lejos de la diferencia de tres metros registrada entre 2003 y 2007. Hace casi siglo y medio, en 1863, tenía esta montaña 4.807 metros de altura, y 4.808,4 m en 1986. Así que parece bastante clara la influencia del clima en estas variaciones altimétricas.

Factores del cambio de altura

Nieve y viento, frío y calor son factores determinantes de los cambios de altura. La nieve sin viento o con viento suave se acumula sobre el hielo de la cumbre y aumenta su altura; pero si el viento sopla fuerte, la arrastra hacia el valle. El calor derrite el hielo y reduce la altura, pero también facilita el almacenamiento de la nieve si no hay viento o es suave. ¿Y cuál sería la altitud del Mont Blanc si se derritiese todo el hielo de su cima? Pues parece que disminuiría bastante, ya que las mediciones realizadas con radar en 2004 por científicos franco-suizos dieron una altura de 4.792 metros; es decir, tendría 16,4 metros menos, que es el grosor de la capa de hielo que cubre su loma cimera.
Metro arriba o metro abajo, esta montaña no deja de ser la más alta de Europa Occidental. Yo llegué a ella cuando rondaba los 4.808 metros de altitud, a finales de los años setenta, pero hoy en día miles de montañeros y turistas con guía han superado esa altura al menos en dos o tres metros al aumentar el espesor de la capa que la cubre. Y digo bien: miles. Porque en los últimos treinta años el Mont Blanc pasó de una relativa tranquilidad a un estado de masificación insoportable. Ya no suben solo montañeros con experiencia, como antaño, sino toda clase de personal ansioso de aventura. Hay quien dice haber visto caminando hacia la cumbre a más de cien personas. Pero no todas las que se meten en esta peligrosa aventura culminan la ascensión. La mayor parte son curiosos e inexpertos montañeros. Abandonan cuando hay que enfrentarse al primer gran peligro: el Coluoir du Goûter, por el que bajan como balas las piedras que desprenden los de arriba. Este corredor se ha cobrado unas cuantas vidas. Y los que logran alcanzar el refugio de Goûter, el antiguo o el nuevo eco-refugio inaugurado en junio pasado, no tardarán en ceder cuando se aproximen a la Arista de los Bosses, relativamente larga y estrecha, de puro hielo y nieve, con glaciares a diestro y siniestro.

El Chamonix de los mercaderes

En fin, la masificación no está solo en la montaña. También el valle es objeto de visitas multitudinarias. Aquel Chamonix de los años sesenta y setenta que conocí en mis andanzas por Alpes era un lindo y tranquilo pueblo de montaña. Había ya entonces mucho montañero, y los turistas no solían pasar de los lugares habilitados para ellos. Abundaban los pantalones bávaros en la vestimenta de hombres y mujeres y las recias botas de cuero untadas con grasa de caballo anti-humedad. ¡Pobres pies! Los cafés de la villa, de aspecto dieciochesco, muy acogedores, eran lugar de tertulia franca y dichosa entre montañeros de distintas nacionalidades.
A principios de este siglo, en un viaje a Suiza, pasé por Chamonix. Lo vi completamente transformado. No era el pueblo hermoso y acogedor, apacible, que yo conocía. Estaba invadido de tiendas y cafeterías, andaba la gente por todas partes, por calles y aceras, Chamonix, ¡maldito sea!, aquel entrañable corazón alpino, cuna del montañismo, había perdido su imagen sosegada, ciento por ciento montañera. Se había convertido en una plaza de la Europa de los mercaderes propugnada años ha por Robert Schuman, Churchill, Adenauer, De Gasperi y otros, todos ellos  padres de la Unión Europea. Comercios, tiendas de souvenirs, turistas; gente, gente y gente deambulando por todas partes. ¡Qué horror! Aquel fue el día de mi última visita a este pueblo. Al marchar me despedí definitivamente de él con un au revoir pour toujours, Chamonix! - JT